LA INTERVENCIÓN

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De gota en gota un vaso se va llenando y cuando llega al punto de derramarse, el tiempo se acabó. Nadie estaba para evitarlo.

En las relaciones Honduras – Estados Unidos esa imagen se ha repetido frecuentemente desde la época indigna de la república bananera hasta nuestros días de digna resistencia.

El rebalse de todas esas épocas ha provocado una desafección social creciente hacia el gobierno imperialista demócrata-republicano.

Desde las seducciones a Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, que entregaron las mejores tierras a las venenosas compañías fruteras de la Chiquita Brand, hasta la sumisión del cartel de los Hernández para meter drogas hasta por las narices al tío Sam.

Entre 1988 y 2022, Washington se ha empeñado como en casi todo el mundo de ganarse una caterva de lacayos nativos para facilitar sus negocios mineros, petroleros, madereros y criminales.

En nuestra memoria de organización víctima de la intervención permanece fresca la imagen siniestra del embajador Juan Demetrio Puentenegro, compadre del criminal Gustavo Álvarez, quienes usaron dinero de sus narcotraficantes para equipar una manada de mercenarios en territorio hondureño.

Los mercenarios kaibiles, atlacats y tesones del batallón de la muerte 3-16 fueron entrenados en Trujillo, norte de Honduras, para matar los liderazgos insurreccionales de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Mataron a nuestros seres queridos.

En la década de los años 80 los gringos sembraron de bases militares el territorio hondureño para ayudar a las élites corruptas de los Somoza, los Martínez y los Castillo, que eran vencidas por los pueblos alzados en armas.

La ocupación militar del país, con la complicidad del Cohep, emisoras unidas, la alianza para el progreso de Honduras y las iglesias católica y evangélica, fue un acto de intervención vulgar en los asuntos de Centroamérica. Desaparecieron y mataron gente en nombre de su democracia.

A pesar de todo ese abuso monumental contra la soberanía territorial y la autodeterminación política de los pueblos, Estados Unidos no conquistó el alma de la gente. Perdió en El Salvador y Nicaragua. Y en Honduras sólo un porcentaje permanece gringuero.

En 1988, después que la embajada de Estados Unidos coordinó el secuestro ilegal del líder narco Ramón Mata Ballesteros, el partido nacional encabezó las protestas contra su consulado en Tegucigalpa hasta dejarlo convertido en cenizas, por violación de la Constitución hondureña que prohíbe la extradición.

El ejército sumiso de Honduras entregó a la vindicta pública a cinco generales traficantes de drogas y secuestró y desapareció al brillante estudiante Roger Samuel González Zelaya como regalo de consolación a los gringos que protestaron la reacción tardía de las barracas que estaban cómodas con Mata.

En 1990, la política de intervención neoliberal gringa era evidente a través de Rafael Callejas, Maduro, Luna, Chonwong y otros Chicaboys que entregaron nuevos favores a sus compañías sucias como la Rosario Mining Companny, la Tela Rail Road Companny, la Standar Fruit y otras que se beneficiaron de la devaluación y de la Ley Norton que vulgarizó el mercado de tierras.

La sede diplomática en Tegucigalpa fortificó sus muros e inauguró sistemas de vigilancia electrónica en prevención a las protestas ciudadanas que enfocaron ahí sus cóleras colectivas contra ese intervencionismo financiero, político y militar. Reconocimiento especial para el Bloque Popular y la Coordinadora Popular de la época.

En 1998, cuando perdieron el protagonismo frente a la solidaridad cubana y mexicana especialmente y ante la gigantesca organización ciudadana que superó con creces el gobierno mediocre de aquel momento, los Estados Unidos sacaron ventaja con el tema de la deuda externa usando al Fondo Monetario Internacional para renegociar la deuda externa y continuar endeudando el país.

En ese momento, el pueblo hondureño emigró en serio hacia diferentes ciudades estadounidenses huyendo del desastre provocado por el modelo neoliberal, auténtica máquina de pobreza y destrucción ambiental. De algún modo aquel flujo masivo de migrantes fue una venganza de la gente ante el consenso de Washington, que más tarde dio un régimen temporal a los visitantes que hoy juega como una moneda de cambio y de chantaje

Las relaciones políticas entre el pueblo de Honduras y el gobierno de Estados Unidos entraron en fase crítica en 2009 por el golpe de Estado. Fue evidente que el Pentágono y la embajada coordinaron la ruptura constitucional para impedir el avance de Petrocaribe y la victoria del Alba sobre el Alca en territorio nacional. Y dejar el terreno libre a sus petroleras y sus ciudades charters.

El gobierno de Estados Unidos aprovechó el golpe para profundizar el modelo neoliberal rapaz y criminal. Fortalecieron al Ejército represivo, persiguieron la resistencia y permitieron la investidura de Porfirio Lobo en el Ejecutivo dando todo el poder a su hombre en el Congreso Nacional. Juan Orlando Hernández dirigió desde el legislativo una dictadura sin balance de fuerzas para imponer las zonas de desempleo y desarrollo del crimen organizado y reemplazar los carteles de drogas existentes por el nuevo cartel de Lempira, con la complicidad absoluta del país consumidor.

En todo el período post golpe, para esconder las apariencias de su participación directa en el quiebre de la sociedad hondureña, Washington se abstuvo de nombrar embajador en Tegucigalpa, pero mantuvo la misma gente que había sacado al expresidente Zelaya a través de la base regional del Pentágono en Palmerola. Mantuvo también la gente que ocultó la masacre de indígenas miskitos por la DEA en Ahuas, para citar dos violentos delitos pendientes de justicia en estas relaciones quebradas entre ambos países. Y mantuvo a la agencia que coordina las operaciones del narcotráfico.

Valiéndose de su hegemonía imperial de juez universal que nadie le ha otorgado, este imperio que no puede con Cuba, Rusia ni China, vino el 27 de enero 2022 a decirle a la presidenta Castro que no debía ir hacia el Sol naciente, que sacarían a JOH pero dejarían a su gente en el gobierno para vigilar de cerca su accionar.

En su primer discurso ante la ONU, a finales de septiembre, la presidenta Xiomara Castro se sacudió la mosca. Ustedes dieron el golpe, ustedes instalaron la dictadura y ustedes junto a Europa y Canadá avalaron política y económicamente al sátrapa causante de tanto dolor al pueblo. Y ustedes quieren decidir con quienes no debemos relacionarnos y ustedes quieren intervenir nuestras decisiones.

El vaso está llenándose otra vez, gota a gota. La embajadora Laura Dogu primero censuró la política de energía, luego opinó cómo deben ser los nuevos magistrados, enseguida torpedeó el proceso de la CICIH para controlarla y ahora es que quiere dirigir la gobernabilidad con Salvador Nasralla, un científico renombrado de los balones de fútbol y los concursos de agudezas. El discurso de Nueva York chimó fuerte la herida fascista.

Doña Laura no está para reconstruir una relación plagada de desconfianza entre dos pueblos. Está interesada en desestabilizar el gobierno apoyada por la misma estructura social y comercial que sirvió a los planes criminales de JOH. La señora está unida a los grupos opuestos al gobierno de la alianza y trabaja con las disidencias que sirven a los propósitos del crimen organizado.

La embajada no está solamente sacudiéndose de la oreja la mosca inquieta que representa el potente discurso de Castro en la ONU donde llamó las cosas por su nombre. Está preparando el terreno para interceptar el gobierno si éste avanza hacia las relaciones con China, como ya lo hacen cuatro de los 7 estados centroamericanos.

La moneda de chantaje que utilizan sus voceros son los migrantes sujetos al TPS, cada vez menos de 80 mil registrados luego del paso del huracán Mitch. Y los fondos de la cuenta del milenio, fondos condicionados del departamento de Estado, que de todos modos no fueron desembolsados en los últimos 13 años.

La moneda de chantaje también es la firma de un enganche económico con el Fondo Monetario Internacional, siempre usurero, siempre condicionador. Y el financiamiento a la CICIH.

Los progringos están contentos, mientras la lista de todos los coyotes de la manada de JOH están libres de las órdenes de extradición. Impunes. Y la producción de cocaína sigue su curso en el país.

Sin embargo, Estados Unidos no tiene más voz por tener tres bases militares y 80 mil hondureños sujetos a TPS en su territorio. Tiene voz porque la señora no sabe lo que ha pasado en los últimos 13 años. Por ignorar que el pueblo cambió y la elite comercial pitiyanke no es nada sin la leche del Estado. Agiotistas, lavadores, corruptos.

En este contexto el Twitter del canciller Reina recordando las líneas rojas del respeto a la soberanía no son una arremetida, son una defensa. Y el mensaje no ha sido por llamar vicepresidente al designado veleta, es porque la señora habla de formas democráticas, de gobernabilidad y de lucha anticorrupción como si ella fuera la lugarteniente colonial.

Es posible que este trabajo de la señora Dogu sea el comienzo de un golpe blando, que va condicionado las piezas para dar un zarpazo y volver a alinear el país a la producción y tráfico de cocaína hacia Estados Unidos. Es posible.

Eso no lo queremos. No tenemos como pueblo las armas de la OTAN o las defensas de la federación Rusa para impedirlo, pero queremos tener dignidad para decirle: señora, guarde su cuchillo, respete. Vea y la próxima manifestación cívica de refundación termine en su bunker.

Buenas noches!

Editorial Voces contra El Olvdio, sábado 1 de octubre de 2022